El verdadero "milagro" argentino
Los seres humanos somos individuos altamente
complejos; sin embargo, las instrucciones básicas para nuestro
desarrollo y evolución están contenidas en una molécula de ADN.
Si se me permite una analogía, las economías del siglo
XXI son ciertamente complejas; sin embargo, los países exitosos tienen
una molécula común de ADN basada en instituciones y conceptos
extremadamente simples, algunos surgidos casi en el "origen" del
universo económico, otros perfeccionados con la evolución.
Primero, permítanme utilizar como indicador de "éxito"
el Indice de Desarrollo Humano (IDH) que elabora anualmente el PNUD de
las Naciones Unidas. Un índice que refleja mejor la calidad de vida y el
bienestar que el producto per cápita u otro indicador monetario.
Hace rato que países como Noruega, Australia, Holanda,
Estados Unidos, Nueva Zelanda y Canadá son los ganadores de los juegos
olímpicos de la calidad de vida.
Los conceptos institucionales macroeconómicos comunes
que, a mi juicio, explican el ADN de estos países podrían resumirse
-acepto que toda selección es caprichosa- en cinco: 1) independencia
judicial; 2) el principio de que "no hay imposición sin representación";
3) un Banco Central profesional e independiente; 4) un mercado de
capitales con buenas normas prudenciales y capacidad para analizar
riesgo, y 5) economías relativamente abiertas al movimiento de bienes,
servicios y capitales.
Y conviene ampliar los argumentos que están detrás de estos principios:
1. Sólo jueces independientes y seleccionados
meritocráticamente pueden garantizarles a los ciudadanos sus derechos
individuales elementales, entre ellos el derecho de propiedad en sentido
amplio.
2. El principio de que los impuestos son
determinados por los representantes de la gente, en una discusión
pública y por consenso, garantiza que los pagadores de impuestos no
estarán a merced de la discrecionalidad de un dictador, rey o lo que
fuere, o de grupos de presión extremadamente fuertes, sino de políticos
seleccionados con algún criterio de representatividad que pueden ser
"castigados" tanto por el voto como por los jueces si incurren en
medidas impositivas confiscatorias o expropiatorias sin la debida
indemnización.
3. Un Banco Central profesional e
independiente implica un Banco Central en condiciones de defender el
valor de un bien público esencial -como la moneda de curso legal- y
además impedir que entre por la ventana del señoreaje y el impuesto
inflacionario, la discrecionalidad y arbitrariedad que se cerró con la
puerta de impedir impuestos no sancionados por representantes votados
por los ciudadanos. Esto no refiere a un Banco Central desentendido del
resto de la política económica y del contexto de cada momento, sólo
indica la capacidad de una autoridad monetaria de hacer política
monetaria y no tener que brindar financiamiento ilimitado a los
gobiernos de turno.
4. Un mercado de capitales bajo estrictas
regulaciones prudenciales y capacidad de analizar adecuadamente los
riesgos permite, por un lado, darles financiamiento a las actividades
productivas más eficientes sin poner en riesgo la estabilidad financiera
del sistema ni los patrimonios de ahorristas e inversores y, por el
otro, impide también que, otra vez, por la ventana del crédito
ilimitado, los gobiernos eludan la responsabilidad de gastar en función
del presupuesto que votan los representantes. Dicho sea de paso, si se
me permite una digresión, los problemas que hoy presenta la Europa
mediterránea (debajo del puesto 20 en el mencionado IDH) son el
resultado de la "falla genética" de dos de los elementos aquí
enumerados: la representación política -algo relativamente general hoy
en el mundo- y la regulación prudencial del mercado de capitales. Esto
último, junto a una débil capacidad de medir riesgos en un marco de
rápida innovación financiera, fue también el origen de la crisis de 2008
en EE.UU. y de todas las crisis emergentes de los 80/ 90.
5. Finalmente, las economías más abiertas al
intercambio de bienes y servicios y al movimiento de capitales son
economías más proclives al desarrollo de la innovación tecnológica y
cultural, y de mejoras continuas de productividad, en marcos más
competitivos.
Terminada esta larga explicación, estamos ya en
condiciones de explicar el título de esta nota. El verdadero milagro
argentino es que en ausencia en mayor o menor medida de los cinco
principios genéticos del éxito ya enumerados, nuestro país sea un país
del primer cuarto de la tabla de IDH (puesto 45 sobre 187 países) y no
se haya ido ya al descenso.
Primero, por si quedan dudas, ratifiquemos la hipótesis de malformación genética de nuestra sociedad, arriba marcada.
Pese a una jerarquización de la Corte Suprema de
Justicia, lo cierto es que no puede sostenerse la idea general de que
predominan jueces probos e independientes, capaces de aplicar
imparcialmente las normas o de lograr que se cumplan sus fallos. La ley,
en la Argentina, es optativa, en particular si una de las partes es el
Gobierno. Y la mayoría de los jueces son claramente influenciables desde
el poder.
Tampoco tenemos un esquema impositivo que respete
preferencias de la sociedad a través de sus representantes. El sistema
político argentino hace rato que presenta serios problemas de
legitimidad en su proceso de selección. El ejemplo paradigmático es el
de senadores que votan contra los intereses de sus provincias o
diputados que votan en contra de los intereses de sus supuestos
representados, en el marco de una "fidelidad" a quien o quienes los
colocan en sus cargos o en las listas partidarias. No es necesario
abundar sobre la ausencia de un Banco Central independiente. Una tasa de
inflación que oficialmente duplica o triplica la que predomina en el
mundo y que, extraoficialmente, la multiplica por cinco, o seis, y la
reciente reforma a la Carta Orgánica, para subir exponencialmente el
límite para el financiamiento al gobierno, alcanzan para probar el
punto. La Argentina destruyó hace rato su mercado de capitales de largo
plazo, por falta de protección y respeto al ahorrista y al inversor. (Al
punto de que cumplir con el pago de una deuda es motivo de festejo, por
excepcional.) Finalmente, la economía argentina se ha vuelto a cerrar,
limitando la innovación tecnológica, el progreso competitivo y el
ingreso de capitales tanto de inversores externos como de locales.
Por todo lo expuesto, nuestro país resulta un buen
contraejemplo, una rareza de la historia y una prueba extraordinaria de
que, como sostienen algunos funcionarios, "todo ese verso infame de las
instituciones capitalistas" carece de sentido.
Sin embargo, antes de cerrar estas líneas y pedirle al
Vaticano económico mundial que confirme el milagro argentino, permítanme
una mirada intertemporal al IDH. En 1990, la Argentina ocupaba el
puesto 99 de la tabla y, como se mencionó, en la actualidad, ocupa el
puesto 45, lo que muestra nuestro claro e indiscutible progreso. Sin
embargo, en 2004 la Argentina había llegado al puesto 34 del ranking,
siendo, en ese momento, el primer país sudamericano. De manera que, tras
ocho años de crecimiento a tasas chinas, fuerte suba del salario real,
caída extraordinaria del desempleo, récord de producción industrial,
etcétera, hemos retrocedido 11 puestos y ya no somos los primeros de la
región (un puesto arriba de nosotros está Chile, que ocupaba el lugar
107 en 1990).
Ahora sí, ya puedo concluir este "relato". La foto nos
muestra una Argentina que, desafiando la genética básica de los países
exitosos, presenta indicadores de desarrollo humano superiores a otros
142 países de la muestra.
La película, en cambio, indica que si no producimos
rápido un trasplante para modificar nuestro ADN, y afortunadamente la
buena noticia es que hoy existe la "tecnología" para hacerlo, seguiremos
descendiendo sin prisa, pero sin pausa, en el medallero de los juegos
olímpicos de la calidad de vida.
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