Leo Zuckermann
En 2008, el Presidente mandó a Mouriño a la Secretaría de Gobernación para, desde ahí, sacar adelante la reforma energética. El lopezobradorismo, que ya lo traía en la mira y que además sabía que desde entonces era el consentido y posible delfín de Calderón, comenzó a atacarlo. De acuerdo con la narrativa de AMLO y compañía, el joven secretario quería privatizar Pemex para beneficiar económicamente a su familia que tenía un negocio de distribución de productos petrolíferos. Para darle credibilidad a esta versión, exhibieron contratos donde aparecía la firma de Mouriño representando a su empresa al mismo tiempo que era funcionario público.
En ese momento sembraron la duda de un posible conflicto de interés de Mouriño. El titular de Gobernación, en su primera gran prueba como secretario de Estado, cayó en la provocación de AMLO reaccionando de manera equivocada. Irritado, argumentó que resultaba mezquino acusarlo de beneficiarse “económicamente de la política, cuando fue justamente la política la que me motivó a renunciar a un patrimonio legítimo, producto del esfuerzo personal y familiar”. Este discurso, de estar metido en la política por el bien de la patria, no cayó nada bien en la opinión pública.
Los documentos que presentó AMLO resultaron verdaderos. Mouriño tuvo que admitir que, ya como servidor público, había firmado contratos de la empresa de su familia con Pemex. Esto terminó por echarle más fuego al escándalo. El asunto se convirtió en un dolor de muelas para el Presidente. Los contratos de la empresa familiar de Mouriño eran la prueba perfecta para la narrativa de la izquierda en contra de la reforma energética y, en
Mouriño, el hombre fuerte del Presidente, salió derrotado. AMLO encontró un flanco débil del gobierno que seguiría torpedeando. Fue entonces cuando Mouriño trágicamente falleció en un accidente aéreo en medio de crecientes rumores que lo ponían fuera de Gobernación.
La estrategia de AMLO fue exitosa: logró propinarle un durísimo golpe a Calderón por interpósita persona. Ahora están aplicando la misma fórmula con Peña y su mano derecha. A principios de este mes, Ricardo Monreal, coordinador de la campaña de AMLO, acusó a Luis Videgaray de triangular recursos públicos a favor de la campaña de Peña Nieto: sostuvieron que el entonces secretario de Finanzas del Estado de México realizó dos transferencias de más de 50 millones de pesos cada una. Tanto Videgaray como el gobierno mexiquense negaron las acusaciones y argumentaron que las pruebas eran falsas.
Pero el tema sigue dando de qué hablar. Ahora Scotiabank ha admitido que solicitó al Banco de México corregir el comprobante electrónico de una de las transferencias de las presentadas por Monreal. El banco habría pedido alterar al beneficiario de la transferencia que el Movimiento Progresista argumenta que originalmente era Videgaray. Esta alteración, según los lopezobradoristas, es prueba de que los priistas ocultan “presuntos movimientos financieros y lavado de dinero destinados a financiar la campaña de Peña”.
¿En qué terminará esto? No lo sé. Lo que sé es que, como hicieron con Mouriño y Calderón, ahora están atacando a Videgaray para pegarle a Peña. Igual es chicle y pega, y el próximo Presidente pierde a su hombre fuerte (y posible delfín para 2018).
No es gratuito, entonces, que ayer haya salido información donde se demuestra una presunta triangulación de recursos del Gobierno del Distrito Federal a la campaña de López Obrador. Al parecer los priistas están contraatacando con la misma fórmula. Atacan a Marcelo Ebrard (también posible candidato presidencial de 2018) para pegarle a AMLO.
En suma, para entendernos, López Obrador embiste a Videgaray para debilitar a Peña, como hizo con Mouriño y Calderón, mientras que Peña reacciona en contra de Ebrard para aporrear a López Obrador. Y así quieren llegar a acuerdos para cambiar al país.
Ausencia
Debido a un compromiso laboral de este columnista fuera de México, Juegos de poder volverá a publicarse hasta el martes 11 de septiembre.
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