Nuestra verdadera comunidad europea
Beppe Giacobbe
El único modo de salir de la crisis es implantando una
unión fiscal que complete lo conseguido con la moneda común, al menos
así lo plantea el escritor alemán Martin Walser. Aunque no hay que
olvidar que la auténtica Europa siempre ha sido una comunidad de
aprendizaje que respeta las diferencias culturales que la integran.
Todas las noches, podemos divertirnos con los distintos
puntos de vista sobre la crisis. Todo esto produce en mí el siguiente
efecto: escucho a cada experto para comprobar si (aún) defiende a Europa
o si, al contrario, prefiere que volvamos a una variedad de divisas
nacionales, sin el euro.
Sólo cuentan con mi apoyo los que desean que la Unión Europea sea también una unión monetaria. El euro está ahí. Es más que una divisa. El hecho de que actualmente un país europeo pueda verse obligado a salir del euro, a regresar a la era de las monedas nacionales, a volver a ser el juguete de todas las especulaciones, es un argumento que da miedo.
Una moneda común combinada con una contabilidad coordinada no nivelará las diferencias culturales y mentales, como tampoco lo hacen los idiomas extranjeros dominantes. A diferencia de los demás continentes, Europa tiene tras sí una larga tradición de aprendizaje y de compresión interna.
Si existe un aspecto sobre el que los economistas no tienen por qué preocuparse, son las diferencias culturales. Son tanantiguas ,
tan inquebrantables, que la economía se puede regular con toda
tranquilidad. El objetivo es responsabilizar a los Estados de una
gestión comunitaria de la economía. Hoy todos ansían una regulación de
los mercados financieros. En ella, el BCE desempeñaría la función de una
instancia central capaz de adaptarse a cada situación. Con eso es
suficiente.
Tampoco me impresiona la gente que nos exige ajustes "sistémicos" para mutualizar las deudas que han ido surgiendo por aquí y por allá.
A los demás, a los meros espectadores, no nos queda otra opción que aceptar a estos expertos que sentencian o rechazar lo que nos proponen. Confieso que el depositario de mi confianza, algo que no es ninguna sorpresa, se llama Wolfgang Schäuble. Pero como se trata de Europa, me permito reflexionar sobre la posición actual y la pasada de la gente de letras, a la que pertenezco.
En cuanto a Nietzsche, termina "El nacimiento de la tragedia", una obra salvaje y precoz en la que describe en combate sin fin entre lo apolíneo y lo dionisíaco, un libro sobre Grecia, ni más ni menos, del siguiente modo: "… cuánto tuvo que sufrir este pueblo para poder llegar a ser tan bello".
No olvido que esta bendición griega tiene como fin demostrar que los poetas siempre han sido europeos. Y de todos los autores de lengua alemana, Nietzsche es, si me lo permiten, el más europeo que haya existido jamás.
Donde quiera que observemos, la literatura alemana es la más viva porque es europea. Sólo es alemana después de ser infiel a Alemania. En el registro de los sentimientos ¡quién no habrá visto en Madame Bovary una incitación a atreverse a sentir! Strindberg nos demostró lo violento que puede ser el sufrimiento. Proust nos mostró la magia de la evocación de la infancia. Y así, un largo etcétera.
En esta lucha que nos ocupa a todos, con respecto a la Europa "buena", siempre me han impresionado los expertos que reaccionan caso a caso, pero siempre en el sentido de Europa y no contra ella. Cuando soy menos receptivo es cuando me doy cuenta de que una propuesta se dicta por un cálculo político. En mi opinión, los que impiden dar vueltas a las cosas no deberían imponer hoy sus opiniones.
Sin embargo, podemos constatar que, entre los expertos hostiles a la hoja de ruta actual (del Gobierno alemán), son pocos los que se olvidan de predecir una catástrofe en caso de que no se imponga su visión.
Por ello me he permitido realizar algunas reflexiones sobre las ventajas de una literatura dirigida hacia Europa. En Grecia, en Provenza, en Inglaterra y en otros lugares es donde el idioma alemán ha aprendido a moverse, a caminar, a bailar y a brincar.
Simplemente hay que evitar que, con el pretexto de consideraciones prácticas, la pusilanimidad se convierta en la norma. Cualquier regresión tiraría a Europa al cubo de basura de la historia durante muchos años. Durante un tiempo, ya no sería factible. Pero precisamente es necesario que siga siendo factible.
Porque la Europa "buena" no es un club elitista ni una federación regida por una superautoridad europea. La Europa "buena" es una comunidad de aprendizaje basada en el voluntariado y en la autodeterminación.
Eso es precisamente lo que Europa puede ofrecer al mundo.
Sólo cuentan con mi apoyo los que desean que la Unión Europea sea también una unión monetaria. El euro está ahí. Es más que una divisa. El hecho de que actualmente un país europeo pueda verse obligado a salir del euro, a regresar a la era de las monedas nacionales, a volver a ser el juguete de todas las especulaciones, es un argumento que da miedo.
Diferencias culturales inquebrantables
Hace ya años que el conservador suizo Christoph Blocher declaró, con respecto a Suiza, que una unión monetaria no podría funcionar sin una unión presupuestaria. Es lo que hemos experimentado desde entonces en el ámbito financiero. Por suerte, nos atrevimos a formar la unión monetaria sin una unión presupuestaria. Y hoy tiene que crearse, a posteriori. Aunque en la práctica esta unión no es imposible, no será el resultado de una visión, sino de una legislación creada paso a paso. Y entonces un experto grandilocuente pregunta si la moneda única debe obligar a los europeos a "allanar sus diferencias culturales".Una moneda común combinada con una contabilidad coordinada no nivelará las diferencias culturales y mentales, como tampoco lo hacen los idiomas extranjeros dominantes. A diferencia de los demás continentes, Europa tiene tras sí una larga tradición de aprendizaje y de compresión interna.
Si existe un aspecto sobre el que los economistas no tienen por qué preocuparse, son las diferencias culturales. Son tan
Los economistas ignoran qué es "solidaridad"
A nuestras espaldas pesan varios siglos a lo largo de los cuales se han ido desarrollando una serie de ideales comunes. No me impresiona la gente que pretende demostrarme que no podemos permitirnos esta Unión por este u otro motivo. Y luego está el economismo puro. Cuando vemos que algunos tienen algo que decir sobre la distribución financiera [entre las colectividades territoriales alemanas], comprendemos que los economistas ignoran por completo el significado de la palabra "solidaridad".Tampoco me impresiona la gente que nos exige ajustes "sistémicos" para mutualizar las deudas que han ido surgiendo por aquí y por allá.
A los demás, a los meros espectadores, no nos queda otra opción que aceptar a estos expertos que sentencian o rechazar lo que nos proponen. Confieso que el depositario de mi confianza, algo que no es ninguna sorpresa, se llama Wolfgang Schäuble. Pero como se trata de Europa, me permito reflexionar sobre la posición actual y la pasada de la gente de letras, a la que pertenezco.
Patria literaria
En una carta de 1799 de Friedrich Hölderlin, se puede leer: "Pero los mejores alemanes siguen pensando que todo iría mejor si el mundo fuera simétrico. Oh, Grecia, con tu genio y tu piedad,¿dónde has ido a parar?". Si cito este pasaje, no es porque Grecia hoy se encuentre en apuros en la eurozona, sino porque demuestra hasta qué punto un poeta de Nürtingen [en el sur de Alemania], entonces de 24 años, se sentía próximo a los demás países europeos, hasta qué punto ese "extranjero" era su patria, hasta qué punto formaba parte de su conciencia, de su identidad. En otras palabras, la literatura siempre ha sido europea. Europa es nuestra patria literaria.En cuanto a Nietzsche, termina "El nacimiento de la tragedia", una obra salvaje y precoz en la que describe en combate sin fin entre lo apolíneo y lo dionisíaco, un libro sobre Grecia, ni más ni menos, del siguiente modo: "… cuánto tuvo que sufrir este pueblo para poder llegar a ser tan bello".
No olvido que esta bendición griega tiene como fin demostrar que los poetas siempre han sido europeos. Y de todos los autores de lengua alemana, Nietzsche es, si me lo permiten, el más europeo que haya existido jamás.
Atreverse a emocionarse
Francia, Inglaterra, Italia, España y otros tanto países no son menos importantes ante los ojos de los poetas alemanes.Donde quiera que observemos, la literatura alemana es la más viva porque es europea. Sólo es alemana después de ser infiel a Alemania. En el registro de los sentimientos ¡quién no habrá visto en Madame Bovary una incitación a atreverse a sentir! Strindberg nos demostró lo violento que puede ser el sufrimiento. Proust nos mostró la magia de la evocación de la infancia. Y así, un largo etcétera.
En esta lucha que nos ocupa a todos, con respecto a la Europa "buena", siempre me han impresionado los expertos que reaccionan caso a caso, pero siempre en el sentido de Europa y no contra ella. Cuando soy menos receptivo es cuando me doy cuenta de que una propuesta se dicta por un cálculo político. En mi opinión, los que impiden dar vueltas a las cosas no deberían imponer hoy sus opiniones.
Sin embargo, podemos constatar que, entre los expertos hostiles a la hoja de ruta actual (del Gobierno alemán), son pocos los que se olvidan de predecir una catástrofe en caso de que no se imponga su visión.
Por ello me he permitido realizar algunas reflexiones sobre las ventajas de una literatura dirigida hacia Europa. En Grecia, en Provenza, en Inglaterra y en otros lugares es donde el idioma alemán ha aprendido a moverse, a caminar, a bailar y a brincar.
Voluntariado y autodeterminación
¿Por qué los pueblos que tratamos hoy no logran, con nuestro apoyo, comprometerse a una solución que nos haga salir de la crisis?Simplemente hay que evitar que, con el pretexto de consideraciones prácticas, la pusilanimidad se convierta en la norma. Cualquier regresión tiraría a Europa al cubo de basura de la historia durante muchos años. Durante un tiempo, ya no sería factible. Pero precisamente es necesario que siga siendo factible.
Porque la Europa "buena" no es un club elitista ni una federación regida por una superautoridad europea. La Europa "buena" es una comunidad de aprendizaje basada en el voluntariado y en la autodeterminación.
Eso es precisamente lo que Europa puede ofrecer al mundo.
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