—En
esta alegre época del año, Mr. Scrooge, dijo el postulante tomando una
pluma, deseamos, más que en otra cualquiera, reunir algunos modestos
ahorros para los pobres y necesitados que padecen terriblemente a
consecuencia de lo crudo de la estación. Hay miles que carecen de lo más
necesario, y cientos de miles que ni aún el más pequeño bienestar
pueden permitirse.
— ¿No hay cárceles? preguntó Scrooge.
— ¡Oh! ¡Muchas! contestó el postulante dejando la pluma.
—Y los asilos ¿no están abiertos? prosiguió Scrooge.
—Seguramente, caballero, respondió el otro. Pluguiera a Dios que no lo estuviesen.
—Las correcciones disciplinarias y la ley de pobres ¿rigen todavía? preguntó Scrooge.
—Siempre y se las aplica con frecuencia.
— ¡Ah! Temía, en vista de lo que acabáis de decirme, que por alguna
circunstancia imprevista, no funcionaban ya tan útiles instituciones; me
alegro de saber lo contrario, dijo Scrooge.
—Convencidos de que con ellas no se puede dar una satisfacción
cristiana al cuerpo y al alma de muchas gentes, trabajamos algunos para
reunir una pequeña cantidad con que comprar algo de carne, de cerveza y
de carbón para calentarse. Nos hemos fijado en esta época, porque, de
todas las del año, es cuando se deja sentir con más fuerza la necesidad;
en la que la abundancia causa más alegría. ¿Por cuánto queréis
suscribiros?
—Por nada.
— ¿Deseáis conservar el incógnito?
—Lo que deseo es que se me deje tranquilo. Puesto que me preguntáis
lo que deseo, he aquí mi respuesta. Yo no me permito regocijarme en
Noche Buena y no quiero proporcionar a los perezosos medios para
regocijarse. Contribuyo al sostenimiento de las instituciones de que os
hablaba hace poco: cuestan muy caras; los que no se encuentren bien en
otra parte, pueden ir a ellas.